Resulta muy preocupante comprobar que cada vez hay más personas formando parte de la “cultura de la antimolestia”. Me refiero a quienes no resisten prácticamente ninguna contrariedad física y/o emocional. Ante la mínima, ¡e inofensiva!, molestia se toman una pastilla. ¿Para qué andar con un ligero dolor de cabeza si tengo algo que lo hace desaparecer como si fuera magia?. Dos malas noches de sueño y corro al médico de cabecera a que me recete algo para terminar con ´este insomnio´. Y cada vez más ocurre esto mismo con las emociones. Cada vez hay menor tolerancia a las emociones desagradables y cada vez resulta más fácil anestesiarlas.
Si nos acostumbramos a recurrir a los fármacos en cuanto notamos una pequeña incomodidad poco a poco perdemos la capacidad de escuchar e interpretar las señales que nos manda nuestro cuerpo. Vamos perdiendo la capacidad de tolerar cierto nivel de malestar y esto repercute negativamente en nuestra vida, pues las sensaciones físicas y las emociones, aunque sean desagradables, cumplen una función y son necesarias.
Hay reacciones emocionales que son pasajeras y que es absolutamente normal sentirlas (tristeza al perder a un ser querido, estrés ante un posible cambio de trabajo, soledad al terminar una relación sentimental, preocupación e inseguridad al tener que tomar una decisión importante…). Tratar de evitarlas a toda costa como si estuviera mal sentirlas es lo que es insano. Hay que saber dar el espacio adecuado, ni más ni menos, a las emociones desagradables.
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