Imagina que vas andando y de repente notas que tus pies empiezan a quedar atrapados, impidiéndote avanzar. ¿Cómo crees que reaccionarías?. La mayoría de las personas cuando nos encontramos en medio de algo que no deseamos solemos luchar para escapar de ahí lo antes posible, por lo que es de esperar que tratases de correr y gritaras pidiendo ayuda. Esto, que muchas veces puede resultar eficaz, en las arenas pantanosas se convierte en una muy mala idea. Para correr tienes que levantar un pie, adelantarlo y luego levantar el otro. Pero cuando levantas un pie haces caer todo el peso de tu cuerpo sobre el otro, lo que aumenta automáticamente la presión hacia abajo y notas cómo te hundes con mayor profundidad. Entonces entras en pánico e intentas repetir este proceso con mayor rapidez, lo que acelera que te hundas.
¿Qué podrías hacer entonces para salvarte?. En esta situación la única salida que tienes es dejar de luchar, tumbarte boca arriba y permanecer en las arenas hasta conseguir lentamente ir acercando tu cuerpo a la orilla.
Si lo comparamos con nuestra vida, podemos encontrarnos inmensidad de veces atrapados/as en un pantano. Piensa por un momento en algún malestar psicológico que estés teniendo: ¿desde cuándo tienes ese problema?, ¿cuántos intentos por solucionarlo has hecho?, ¿has conseguido mejorarlo o notas como si ninguna de tus estrategias hubiera funcionado?. Quizás has luchado con uñas y dientes, has tratado de correr y saltar fuera del pantano, has gritado pidiendo ayuda… pero sigues atrapado/a, hundiéndote y cada vez te quedan menos fuerzas. Te preguntas por qué no logras superarlo, por qué tiene que ser tan difícil, por qué contigo aquella terapia no funcionó, por qué es tan injusto, por qué no puedes vivir como los/as demás… y así tu dolor emocional crece y las arenas del sufrimiento te mantienen atrapado/a.
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