Pocas veces un término ha sido tan difícil de pronunciar como de atajar. Procrastinar significa diferir, aplazar. Y ¿quién no actúa así alguna vez?
“Te sientas delante del ordenador. Vas a preparar la ponencia que tienes que dar la semana que viene. No tienes el tema demasiado claro. Te pones a revisar algunas de las otras charlas que ya has dado para ver cuál te inspira más. De repente te acuerdas de un vídeo que viste una vez y que puede resultar interesante. Entras en internet para localizarlo pero te llama la atención un anuncio sobre zapatillas de montaña que estuviste buscando hace unos días. Entras en la web “un momento” a echarlas otro vistazo (vaya a ser que desde el fin de semana hasta ahora se hayan multiplicado las características de las zapatillas o en la tienda hayan decidido tirar la casa por la ventana y estén regalando pares justo de tu número). De ahí, no sabes cómo, terminas mirando la previsión del tiempo, la cartelera del cine, una revista sobre motor y una web de recetas vegetarianas. Entre medias, has ido echando un vistazo a las redes sociales y cuando miras de nuevo la hora piensas “uff, qué tarde, ya para qué, no me da tiempo de ponerme. Mejor empiezo mañana a primera hora que estoy más fresco/a”
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