Empatía
11 de noviembre de 2017 Escrito por Marta Cañeque Competencia Social, Inteligencia Emocional 0 comentarios en “Empatía”Nos gusta pensar que somos muy empáticos/as. Pero, ¿tenemos claro realmente lo que es la empatía?
Nos gusta pensar que somos muy empáticos/as. Pero, ¿tenemos claro realmente lo que es la empatía?
No hay nada malo en ser amable y complaciente. Son actitudes deseables y que nos convierten en personas con las que da gusto relacionarse. Cuando la cosa empieza a torcerse es cuando se es “demasiado” amable y complaciente. Pero, ¿cómo saber si se ha cruzado la línea? Pues cuando esa amabilidad te lleva a ceder más de lo que desearías o en cosas que son muy importantes para ti, o te hace callar con frecuencia lo que verdaderamente piensas, o te lleva a estar siempre disponible por evitar que otras personas se molesten
¿Es malo enfadarse?. ¿Qué es mejor, dejar salir la rabia tal y como se siente o “tragársela”?
Hace unos días, durante unas sesiones de desarrollo profesional y habilidades directivas, me hacían la siguiente consulta sobre la dificultad de gestionar la ira:
Ésta es una de las situaciones que más me gustan en consulta: cuando una de las personas a las que atiendo está empezando a plantar cara a quien hasta el momento no se había atrevido a hacerlo. Las observo y disfruto de su orgullo por su osadía. Incluso su cuerpo se atreve esta vez a participar en la conversación de forma diferente: su postura es más recta, más digna; esta vez mira de frente; sus gestos más dinámicos; su sonrisa más amplia…
Esta entrada la dedico a quienes han dicho ¡Hasta aquí! a esas personas que les estaban haciendo daño, que no les aportaban ningún beneficio y a las que han decidido no dedicarles más tiempo ni cariño.
¡Hoy le planto cara a quienes encuentran en criticar a otros/as su tema favorito de conversación!:
“¡Qué estrés tengo!”, “No aguanto más esta ansiedad”, “Con estos nervios no puedo seguir”… frases que utilizamos de forma habitual en las que no distinguimos entre estar estresados/as y ansiosos/as. Y existen diferencias entre ambos conceptos.
El Estrés aparece porque surgen unas determinadas circunstancias que lo desencadenan (un imprevisto económico al que hay que hacer frente, un problema con el niño en el colegio, una entrega de trabajo con un plazo muy ajustado…). Estas circunstancias piden una respuesta por nuestra parte.
Si consideramos que contamos con los suficientes recursos como para afrontar con éxito la situación y salir victoriosos/as (reorganizo mi economía de forma que puedo hacer frente a ese gasto con el que no contaba, confío en poder solucionar con la profesora de mi hijo el problema y sé que cuento con habilidades asertivas y de negociación, gestiono mi tiempo de forma que controlo las posibles interrupciones para poder cumplir con el plazo de entrega en el trabajo…) estaremos hablando de un Estrés Positivo o Sano, que nos ayuda a adaptarnos al medio.
Si por el contrario sentimos que no contamos con los recursos (internos y externos) necesarios para dar una respuesta adecuada a esas circunstancias, o bien esas circunstancias se alargan demasiado en el tiempo (pago el imprevisto pero no consigo recuperar mi economía, la tutoría con la profesora termina en discusión, entrego a tiempo mi trabajo y en el mismo momento me presionan con una nueva entrega) , aparece el Estrés Negativo, que favorece la aparición de problemas cardiacos y digestivos, alteraciones en el sueño, falta de concentración, síntomas de depresión, etc.
Durante el día podemos encontrarnos con multitud de situaciones con otras personas que logren ponernos de malhumor. Mi pareja es una pasota, mi jefa una grosera, mi vecino un maleducado, mi amiga una desconsiderada, mi compañero de inglés un aprovechado…
Podemos ofendernos por sus comportamientos, amargarnos con la idea de lo mala que es la gente, lamentar lo injusto de su trato hacia nosotros/as y reservar un huequecito en el corazón para el rencor y la venganza. O podemos no hacerlo y decidir no enfadarnos ante la actitud y la conducta de los demás. Porque el enfado se elige, y no es cierto aquello que te dices de que “No puedo evitarlo. ¡Cada vez que veo que alguien hace eso me enciendo!”.
En el fondo de tu mosqueo se encuentra la forma en que percibes lo que los demás dicen y hacen:
Cuando dramatizamos llevamos a un extremo nuestras relaciones con los demás, y si una persona no se comporta según nuestro “código de conducta” podemos vivir esa ofensa como un ataque personal, darle vueltas y vueltas alimentando la irritación y la indignación, abrir la caja de los truenos y empezar a enumerar un sinfín de ofensas pasadas, sentirnos víctimas de un trato injusto y apenarnos por la poca consideración en que nos tienen, perjudicando así nuestra autoestima, disparar nuestra ansiedad y que incluso nuestro sueño y descanso se vean afectados, e incluso decidir que “esto no va a quedar así” y pasar al contra ataque.
¿Cómo evitar entrar en esta dinámica de malestar, enfados y decepciones?
¿Cómo podemos pedir calidad en un producto, en un servicio, en una relación personal, en un intercambio profesional… si antes no pedimos Personas Con Calidad?.
Para mí, las personas con calidad son aquellas que hacen un esfuerzo sincero por conocerse realmente para poder mejorar sus actitudes y comportamientos hacia ellas mismas y hacia los demás. Aquellas que se tratan con respeto, cariño y aprecio teniendo en cuenta sus cualidades y reconociendo sus limitaciones. Las que saben que entender el punto de vista del otro no les hace necesariamente tener que renunciar al suyo, y por eso no les da miedo comprender cómo piensa y siente la persona que tienen en frente. Las que asumen que la vida no siempre les ofrece lo que le piden, y que aunque el viento no siempre sopla de la forma más favorable ellas sí pueden decidir hacia dónde dirigen sus pasos, si a favor o en contra del aire. Las que saben perfectamente que la gratitud y generosidad con los demás mejora su sensación de bienestar. Aquellas que no dudan en trabajar y mejorar todas estas habilidades a diario, porque son conscientes de que las buenas actitudes no vienen de fábrica, sino que se adquieren durante la vida y es necesario alimentarlas cada día.
Y para lograr esa calidad no hace falta tener un alto Coeficiente Intelectual (C.I.). Lo que hace falta es un alto nivel de Inteligencia Emocional, que consiste básicamente en desarrollar 5 habilidades que el psicólogo Daniel Goleman ha descrito y desarrollado en sus numerosos trabajos. Las tres primeras habilidades tienen que ver con el nivel intrapersonal, es decir, con la relación con uno/a mismo/a y es lo que otros autores e investigadoras denominan Autoestima. Las otras dos habilidades hacen referencia al nivel interpersonal, la relación con los demás. Lo que también se denomina Habilidades Sociales.
Vamos a ver una a una estas 5 habilidades de la Inteligencia Emocional y algunas pistas de cómo pueden lograrse:
La falta de autoestima no es algo que le ocurra únicamente a las personas que se encuentran deprimidas o las que tienen tendencia a comportarse de forma inhibida con los demás. Por otro lado, tener autoestima no significa ser egoísta ni tener una idea desmedida sobre uno/a mismo/a.
La autoestima es el aprecio y valoración que sentimos hacia nuestras cualidades personales. Y es algo dinámico, que fluctúa según los momentos, las situaciones que nos ocurren, los mensajes que recibimos de los demás y las interpretaciones que hacemos de lo que nos pasa. Por este motivo, hasta las personas que nos parezcan más seguras de sí mismas pueden tener su autoestima baja en algún momento.
Como no podemos dejar de tener una idea sobre cómo somos, y teniendo en cuenta que esta imagen nos va a influir en cómo nos sintamos y en nuestras relaciones con los demás, lo adecuado es desarrollar y consolidar nuestra autoestima de la forma más positiva y realista posible. Y de esta forma conseguir descubrir, valorar y respetar nuestras capacidades, habilidades, conocimientos y cualidades y asumir nuestras imperfecciones para tratar de aceptarlas y, si es posible, minimizarlas.
Las 8 estrategias que se enuncian a continuación te ayudarán a desarrollar una sana imagen de ti mismo/a, una autoestima fuerte, realista y positiva:
Voy a utilizar la expresión “discutir en positivo” para hacer referencia al hecho de expresar los sentimientos negativos sin acusar ni agredir. No se trata de guerrear ni pelear sino de ser capaz de trasladar a tu pareja las propias heridas sin hacer daño. Puedes sentir pena, ira, amargura o desacuerdo por el comportamiento de tu compañero o compañera, y es importante no ignorar estos sentimientos y expresarlos. Ahora bien, puedes dejarlos salir como si fueses un arma de destrucción masiva, arrasando y sembrando el caos y la desolación, o bien expresarlos de forma constructiva de manera que vuestra relación no se vea perjudicada, más bien al revés, que sea capaz de salir fortalecida de la situación.
Elena y Mario llevan juntos 12 años. Ambos reconocen que el tiempo no ha cambiado el afecto mutuo que sienten, pero últimamente están teniendo muchas discusiones y su relación se está resintiendo por ello. Elena confiesa que “Cuando me ataca es como si me saltara dentro un resorte. Sólo pienso en todas las cosas que él me ha hecho y empiezo a echárselo en cara sin control”. Por su parte Mario admite que “Ya no tengo la misma paciencia que antes. Normalmente me callaba pero ahora me he vuelto muy irónico”. Los dos coinciden en que estas situaciones les hacen sentir muy mal, que después de sus explosiones ninguno se queda a gusto y que ha llegado un momento en que necesitan ayuda para expresar sus emociones negativas sin que ello suponga en un futuro la ruptura como pareja.
A continuación, 10 principios básicos para disfrutar de una discusión positiva y sin temor a que el cielo caiga sobre vuestras cabezas:
¿Recordáis la película de finales de los años 80 «La guerra de los Rose«, dirigida por Danny DeVito?. Al comienzo de una relación suele darse un intercambio equilibrado de palabras y acciones agradables y deseables entre ambos miembros de la pareja. Todo se vivencia con un gran placer y satisfacción y no se suelen escatimar los momentos para gratificar a la otra persona. El paso del tiempo hace que la relación se serene e incluso que pueda aparecer la rutina y el desgaste, haciendo que la calidad y cantidad de interacciones positivas se resienta.
Las parejas en conflicto, en comparación con las parejas satisfechas con su relación, responden más rápidamente a los elementos negativos (un mal gesto, una palabra fuera de lugar) y responden con menor frecuencia ante los hechos positivos (un comentario agradable, un acercamiento para iniciar una relación sexual).