Los límites son beneficiosos y necesarios para niños y niñas. Es normal que un padre o una madre piense “Es mi hijo/a, cómo no se lo voy a dar”, “Si me lo puedo permitir por qué no”, “No soy capaz de ver cómo se queda con las ganas cuando a mi no me cuesta dárselo”; pero si en esos momentos aparece un sentimiento de culpa por decirle que No, si ese sentimiento no se controla y esa situación se repite en numerosas ocasiones, los resultados a la larga sí que pueden ser descontrolados. En ocasiones ni siquiera es el niño o niña quien solicita algo sino que son los adultos quienes le crean esa necesidad (recuerdo a una madre que relataba que, a pesar de que ni su marido ni ella eran religiosos, su hijo iba a hacer la Comunión porque “¡cómo iban a privarle ellos de la fiesta y los regalos cuando todos sus amiguitos lo iban a tener!”).
Por otro lado, demostrar afecto no está reñido con la firmeza. Ejercer una autoridad excesivamente rígida e inflexible (“Porque lo digo yo”, “Es así y no hay más que hablar”) suele ser consecuencia de una falta de habilidades de negociación y temor a perder el control de la situación. Lo más probable en estos casos es que los y las menores no interioricen y aprendan las normas sino que sólo se portarán bien cuando ese adulto esté presente.
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