Los límites son beneficiosos y necesarios para niños y niñas. Es normal que un padre o una madre piense “Es mi hijo/a, cómo no se lo voy a dar”, “Si me lo puedo permitir por qué no”, “No soy capaz de ver cómo se queda con las ganas cuando a mi no me cuesta dárselo”; pero si en esos momentos aparece un sentimiento de culpa por decirle que No, si ese sentimiento no se controla y esa situación se repite en numerosas ocasiones, los resultados a la larga sí que pueden ser descontrolados. En ocasiones ni siquiera es el niño o niña quien solicita algo sino que son los adultos quienes le crean esa necesidad (recuerdo a una madre que relataba que, a pesar de que ni su marido ni ella eran religiosos, su hijo iba a hacer la Comunión porque “¡cómo iban a privarle ellos de la fiesta y los regalos cuando todos sus amiguitos lo iban a tener!”).
Por otro lado, demostrar afecto no está reñido con la firmeza. Ejercer una autoridad excesivamente rígida e inflexible (“Porque lo digo yo”, “Es así y no hay más que hablar”) suele ser consecuencia de una falta de habilidades de negociación y temor a perder el control de la situación. Lo más probable en estos casos es que los y las menores no interioricen y aprendan las normas sino que sólo se portarán bien cuando ese adulto esté presente.
Es motivo habitual en la consulta de psicología que padres y madres manifiesten que ya no pueden más, que no saben qué hacer, que la situación se ha vuelto insoportable y que necesitan a un/a profesional para lograr que se porte bien y ellos dejen de sentirse desesperados. La gran mayoría de estas consultas finalizan siendo los padres, y no tanto el o la menor, quienes aprenden a modificar su conducta y comienzan a plantear límites y a dar cariño a partes iguales. Muchas parejas funcionan de forma que uno de los miembros es excesivamente permisivo y el otro excesivamente rígido. Podríamos pensar que se equilibran el uno al otro y compensan, pero no es así. Poner límites no significa ejercer una autoridad injusta y dar cariño no es signo de debilidad. Confundir estos términos está en la base de muchos errores de comportamiento a la hora de educar.
Si un progenitor tiene un estilo permisivo, es decir, es cariñoso y sensible pero le cuesta poner límites claros y firmes, en el niño o niña suelen aparecer conductas de impulsividad, descontrol y desobediencia. Si el progenitor tiene un estilo autoritario, ejercen excesivo control sobre la conducta utilizando los miedos y castigos y proporcionándoles poco apoyo emocional, lo que se desencadenan son problemas de conducta, agresividad y cambios de humor.
Y la situación puede empeorar si añadimos que la convivencia entre estos dos estilos diferentes a la hora de educar se puede traducir en un enfrentamiento entre los padres, en donde se culpe al compañero/a del comportamiento del hijo o la hija y no se tomen las decisiones en conjunto sino desde la intolerancia de pensar que cada uno está en posesión de la razón.
Los límites ayudan a crecer de forma sana, favorecen la tolerancia a la frustración y aseguran una mayor adaptación en la vida adulta. Es conveniente que se conozcan previamente las normas y las consecuencias de incumplirlas. Y que se haga un esfuerzo por ser consecuentes con ellas. Pero tienen que ir acompañadas indisolublemente por apoyo emocional y afectivo. De esta forma nuestras niñas y niños desarrollarán una sana autoestima, seguridad en sí mismos/as, confianza y autonomía.
Pistas
- Establecer normas y límites razonables y adaptados a la edad del niño o niña, y tratar de explicárselos con un lenguaje que les sea comprensible.
- Mantenerse firmes y demostrarles que el amor hacia ellos es incondicional, aunque en ocasiones su conducta no sea adecuada.
Idea Clave
Poner normas no significa enfadarse, ser firme no es lo mismo que gritar, ser cariñoso/a no implica perder la autoridad.
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